sábado, 15 de noviembre de 2025

TEMPORADA DE CONFIRMACIONES


Como es habitual cada final de año, la chamba primordial son las celebraciones de la Confirmación, que motean el calendario y acaparan buena parte de los esfuerzos por todo el Vicariato. Para mí son una labor de sustitución y ayuda al obispo, que es el ministro propio; y como este año es probable que sean las últimas oportunidades, intento disfrutar al máximo esas experiencias.

La temporada comenzó el fin de semana pasado en Tamshiyacu, un lugar donde me siento especialmente a gusto y bien recibido. El sábado en la noche han programado los últimos preparativos y las confesiones. El ensayo es una ocasión para conectar con los confirmandos, en su mayoría adolescentes y jóvenes de entre 15 y 20 años, y favorecer así que la celebración fluya.

Es la primera vez que nos vemos, así que me saco una batería de bromas cuya eficacia está sobradamente probada hace años: “¿están nerviosos?”, “hablen más alto que solo se ha enterado el cuello del polo”, o bien fastidiar a los que se equivocan en el diálogo de la crismación: “y con tu espíritu, amén” o burlarme de esa coreografía que tienen que hacer los confirmandos al entregar las ofrendas: venia, vuelta, reverencia, etc. Sus sonrisas despiden relax y confianza.

Las confesiones son medio obligadas por la solemne ocasión, pero es curioso que siempre aparecen temas bien delicados y fuertes, salpicados con abundantes lágrimas, especialmente de las chicas. Los episodios vitales que jamás se atreven a contar pueden escapar en ese ámbito de máxima reserva. Lástima que normalmente no se confiese casi nadie; estoy seguro que, si trabajáramos mejor este sacramento con buenas catequesis, se ayudaría mucho.

Domingo en la mañana, día d y hora H. Me voy a la puerta a esperar a los muchachos mientras llegan tarde casi todos (les habían insistido en que a las 7:30, pero ni modo). Ahora los chistes infalibles son contra los atuendos de Sissi emperatriz o los ternos y camisas: “están tan elegantes que no parecen ni ustedes mismos”. Voy probando los nombres -alguno muy difícil- leyendo los solapines, me prendo el de la más tardona. Hay más risas, rapidito les recuerdo las respuestas de la renovación de las promesas bautismales y el crisma, la iglesia está casi llena.

A esas alturas, ya somos colegas, y el contacto visual va allanando la comunicación y contribuyendo a que cada gesto sea entendido y vivido lo mejor posible. Porque es un día único, y no es cuestión de estar distraídos o perdidos. Cuando se logra empatizar así con la asamblea y se la implica en la reflexión acerca del Evangelio con preguntas, más chanzas y alusiones a la vida cotidiana (la minga, el cumpleaños, la creciente del río…), la liturgia llega, une, enseña y hace festejar lindo.

En cada imposición de manos y en cada crismación, hay una mirada y un intercambio de sonrisas silenciosas. Me siento muy satisfecho por ser instrumento humilde del Espíritu, repartidor ocasional y gratuito de los dones de Dios y facilitador de la llegada de la gracia divina a estos jóvenes plenos de futuro. Orgulloso de poder prestar este servicio tan genuinamente misionero. Privilegiado de entregarles lo mejor el día que nos conocemos, acaso no volvamos a vernos… ¿Pero no es siempre así?

La catarata de fotos forma parte del festejo, casi como una rúbrica más del ritual. Uno a uno, los confirmandos, sus padrinos, sus familias y yo vamos posando. “Felicitación” voy diciendo a cada protagonista, todos encantados. Y obtengo a cambio infinidad de “gracias”; porque acá la gente es muy hábil para agradecer, con esa humildad que te desarma y a mí me enamora. La mamá de Jenda me dice: “padre, le invito ahorita”. Ese “desayuno” (son las 10 de la mañana) resulta ser un platazo de arroz con pato.

Y, sí. Puesto que ya me queda poco de esta cosa de vicario general (queriendo Dios), me voy despidiendo de presidir confirmaciones; que, por si no se había notado, es de lo poquito que me gusta de este-a cargo-a. Alguna ventaja tendría que tener, ¿no? De modo que voy a aprovechar, porque la gira por diez puestos de misión no ha hecho más que empezar.

sábado, 8 de noviembre de 2025

NO QUERIENDO DIOS II


Nos habíamos quedado arribando al aeropuerto de Puerto Leguízamo para emprender el periplo Leguízamo-Bogotá-Leticia-Santa Rosa-Iquitos como única manera de salir de Soplín Vargas, en el Putumayo. Nos registramos, facturamos las maletas, nos llaman a la sala de embarque… todo puntual y sin contratiempos. Oímos el ruido de los motores del avión ya cercano… pero nos informan de que no está logrando aterrizar.

Tras tres intentos, la megafonía anuncia que el avión ha tenido que dar media vuelta y regresar a Bogotá por la deficiente visibilidad debida a la niebla, de manera que el vuelo ha sido cancelado y reprogramado para mañana a las 12 del mediodía. ¡Oh noooooooooooooooooo! Nos devuelven los equipajes y Jair nos recibe de nuevo en el vicariato, con desayuno. Cuando se lo he contado a mi papá, ¡cómo se ha reído! “Las cosas que ocurren en esa selva son para contarlas”.

Pero tenemos el pasaje Bogotá-Leticia para mañana ya comprado, oleado y sacramentado. Ahora es toooodo un proceso para cambiarlo, por supuesto con la consiguiente penalización económica (solventar las contrariedades viajeras cuesta una plata). Peor cuando sacas la tarifa más barata, porque no incluye cambios… En fin, durante la jornada en la oficina de Punchana lo consiguen y pasamos la tarde tranquilos. Me compro unas chanclas en un super.

Al día siguiente hay de nuevo un corte general de electricidad en Leguízamo. Nos despedimos, nos lleva el mismo motocarrista, y en el aeropuerto afrontamos una espera de más de tres horas sancochándonos bajo un sol abrasador y sin refrigeración porque no hay luz, claro. Había que hacer escala en Puerto Asís, más al norte en el Putumayo, aterrizamos en Bogotá, por supuesto mi maleta salió la última… Solo para decir que fue larguísimo y demoramos como siete horas en llegar a casa de los misioneros de la Consolata.

Hambrientos y agotados, pero de nuevo muy bien acogidos, pasamos del calor feroz de la selva al frío de los 2.640 metros de altura de Bogotá, yo con el cortavientos sobre el polo de manga corta y un incipiente dolor de garganta en la madrugada. Pero el agua de la ducha hirviente y las frazadas gorditas me ayudaron a atravesar esas horas hasta que a las 4 am fuimos a buscar el vuelo a Leticia.

Me figuro que la ley de la compensación, que equilibra la ley de Murphy, propició que el resto del viaje transcurriera sin percances reseñables, más allá de cacheos y registros aleatorios a Montse y su mochila. Ni siquiera en Migraciones de Santa Rosa hubo problema, a pesar de que nos faltaba el sello de salida de Perú; como nunca habíamos salido, dijeron que no hacía falta colocarnos la entrada y santas pascuas. A las tres y tanto de la madrugada, muy rápido, estábamos en Indiana, y desde acá escribo.

Estos días he aprendido esta frase coloquial: “queriendo Dios”. Es una versión colombiana del español “si Dios quiere” o del “primero Dios”, que dicen en México. Pero me gusta más, porque expresa con más precisión que Diosito se esfuerza por ayudarnos; no es que ponga condiciones, permita o detenga desenlaces exitosos alzando su dedo imperioso como un guardia de tránsito, sino que está presente y activo, trabaja, posibilita, abre puertas, sincroniza, facilita, hace que suceda… como con sus propias manos (“id est, habet se ad modum laborantis”. Ejercicios espirituales nº 236).

Vivimos haciéndonos programaciones, en la ilusión de que lo controlamos todo. Pero la realidad es que nuestra vida está siempre pendiente de un hilo, es frágil y quebradiza, como juguete con el que el azar pasa el rato; y a la vez estamos en los ojos de Dios, en todo momento bajo las leyes misteriosas de la providencia, jamás perdidos o en un limbo.

Nunca somos autosuficientes. Dependemos cada instante de los demás, de su consideración y su generosidad. Si lo pensamos, veremos que increíblemente siempre contamos con personas que nos miran, nos auxilian, nos acompañan. Encarnan los modos concretos y cariñosos que Diosito tiene de cuidarnos, porque “en tus manos están mis azares” (Salmo 31). No queriendo Él, no pasa nada.

Suena “Going home” de Mark Knopfler. “Yendo a casa”. Con el Señor, siempre estamos en ella y a salvo.

sábado, 1 de noviembre de 2025

NO QUERIENDO DIOS I

 
Definitivamente, Soplín Vargas, en el alto Putumayo, le ha ganado a San Pablo en escenario de piñas (o sea, infortunios, gafes, desventuras en peruano) en mis viajes: retrasos, contratiempos, errores, anulaciones, averías y demás adversidades. Escribo esto desde Puerto Leguízamo -orilla colombiana- en tiempo real, porque el periplo no ha terminado y realmente ahora mismo no sabemos cuándo podremos llegar a casa.

Porque, eso sí, normalmente no me ocurre solo, esta vez me acompaña Montse, misionera laica madrileña y una de las últimas adquisiciones del Vicariato. Ya sabemos que en Soplín hay que estar preparados para que el vuelo semanal cambie de día de forma inesperada, o que haya que surcar un día entero a Gueppi para agarrar la avioneta, pero esta vez fue peor: por crisis de combustible en Petroperú, los vuelos están cancelados hasta nuevo aviso.

¿Cómo así? Si al menos nos dijeran que será posible dentro de una semana, ya estoy entrenado, pero esto… Ya: llamadas, consultas, el teléfono echa humo con el internet precario. Miramos la línea para ir por el río hasta Estrecho y salir por allá, que hay vuelos diarios; pero ni modo: el siguiente deslizador solo sale hasta dentro de ocho días… Y además tampoco hay conexión aérea Estrecho-Iquitos por lo del carburante. Entonces pensamos en dar una vueltaza: Soplín-Leguízamo-Bogotá-Leticia-Santa Rosa-Iquitos. Como en este mapa, pero por Colombia.

Qué estrés. Nos comunicamos para que la oficina del vicariato nos saque los pasajes, y sí, se logra. Tenemos pues que irnos a Leguízamo esa misma tarde, pero antes necesitamos el sello de salida del Perú. Nos dirigimos al puesto de Migraciones y… no hay nadies. Resulta que justo hoy hay relevo, y el funcionario se ha ido; solo se atenderá al público dentro de dos días, pero nosotros tenemos el pasaje a Bogotá para mañana. ¿Qué hacemos ahora? ¿Cómo nos van a dar la entrada en Colombia si no nos han dado antes la salida de Perú? ¡Hemos caído en un limbo migratorio!

Hay un rato de muchas llamadas, esperas, preguntas, consultas, con Tania que está en Medellín, con Magna, con Mirely, con la señorita Flavia de Migraciones Perú… Nos dicen del puesto fronterizo colombiano que normal nos van a registrar la entrada y salida, ya eso nos tranquiliza. Después, desde Iquitos, nos explican que más tarde tendremos que regularizar el sello que nos falta, pero que podemos viajar. Uuuuf. Hay que irse porque cierran a las 6 de la noche la oficina de Migración en Leguízamo.

Como no hallamos a Yako por teléfono, van a buscarlo y por fortuna está libre para llevarnos. Pero al llegar a Leguízamo nos enteramos que no hay energía en todo el día (hasta las 5 de la tarde) debido a reparaciones. No podemos ir por tanto a la oficina de Migración, de modo que nos vamos a pasear; conversando conversando nos viene una tromba de agua que pone en peligro que lleguemos después de las 5 y antes de las 6, hora de cierre.

Pero pasa un motocarro que nos lleva a la casa. La electricidad se restablece a las 5:40, corremos a Migraciones bajo la lluvia, llegamos a tiempo… pero nos dicen que “no hay sistema”, ayer hicieron un mantenimiento y no funciona. Puchaaaaa. ¿Y ahora? El señor lo intenta, llama a la central… pero nada. Nos vamos a cenar, regresamos, pero no hay manera. Están por ayudarnos y nos proponen que dejemos los pasaportes para seguir intentando en la noche y los recojamos a las cinco y media de la mañana, antes de ir al aeropuerto; no nos hace gracia, pero ¿qué podemos hacer?

Dormimos poco y mal. Jair el misionero de la Consolata me lleva en moto temprano y sí, han logrado colocar los sellos de entrada correctamente. Pienso que, a pesar de todas las tribulaciones, no podemos quejarnos: nos han acogido y alimentado magníficamente, contamos con múltiples ayudas a distancia, el dineral que cuestan los billetes aéreos podemos afrontarlo… No estamos tan mal.

Y así, más animaditos y después de tomar un tinto, nos encaminamos al aeropuerto a las 6 de la mañana, hora a la que nos han citado. No sabíamos la que nos esperaba, el día no había hecho más que comenzar…

(Continuará)

sábado, 25 de octubre de 2025

TEJIENDO ESPERANZAS DESDE ABAJO. IV Congreso Continental de Teología Latinoamericana y Caribeña

 
Los días 22 al 24 de octubre se ha desarrollado en Lima el IV Congreso Continental de Teología Latinoamericana y Caribeña, organizado por Amerindia junto con el Instituto Bartolomé de las Casas. Ha sido una cita claramente marcada por la celebración del primer aniversario de la pascua de Gustavo Gutiérrez, el 22 de octubre de 2024.

El objetivo general era “Animar el quehacer teológico liberador en América Latina y el Caribe y en este tiempo, de modo que se torne en un dinamizador que ayude a organizar la esperanza”, claramente en línea con el jubileo que se está viviendo en la Iglesia universal.

Con casi 200 participantes llegados de todos los países de América del sur y central, el clima creado desde el primer minuto en los ambientes de la Pontificia Universidad Católica del Perú fue de gran cordialidad, acogida mutua, humor y motivación de cara al futuro.

El primer día, los ponentes Alejandro Ortiz (México), Moema Miranda (Brasil), Birgit Weiler (Perú) y Raúl Zibechi (Uruguay) situaron la coyuntura geopolítica actual construyendo, con gran lucidez, un ver centrado en el colapso socioambiental, el presente eclesial y con propuestas de resistencias desde los movimientos populares. Se agradeció y ponderó el reciente documento Dilexi te, en el que León XIV subraya la centralidad y actualidad de la opción por los pobres; recordando que la Tierra es quizá la más vulnerable hoy día.

La metodología del Congreso incluyó diferentes momentos y formas de escucha que, mediante la analogía del tejido (preparar la urdimbre, tensar los hilos, crear la trama, anudar la pasada…), trataba de ir construyendo entre todos y todas ese bordado latinoamericano, que antes otros empezaron a tejer, con diferentes colores y texturas. Cada jornada se iniciaba y se terminaba manifestando cómo se iba avanzando en ese lienzo vital.


El juzgar contó con las intervenciones de Eduardo Arens (Perú), Luiz Carlos Susin y Francisco Aquino Júnior (Brasil). Con un experto enfoque bíblico y espiritual, colocando en el centro al Jesús histórico, ayudaron a la asamblea a entrar en clave de discernir a la luz del Evangelio y de la tradición teológica latinoamericana, abordando la cuestión: ¿Qué es hacer teología de la liberación en el contexto actual?

Las llamadas a actuar trajeron propuestas concretas desde abajo, a cargo de Cristina Bove (Brasil), Rolando Pérez (Perú), Adriana Palacios (Chile), y Gabriel Herrera y Carmen Díaz (México). Experiencias protagonizadas por movimientos populares, comunidades de base, grupos de resistencia y acción… pequeños gestos que, con creatividad, abren rendijas de esperanza y cambio; y fortalecidos con la reflexión potente de Theresa Denger (El Salvador) y Pedro Trigo (Venezuela).

Un momento central del Congreso fue el homenaje a Gustavo Gutiérrez, personaje clave en el pensamiento latinoamericano del siglo XX y fundador de la Teología de la Liberación. Consistió en una mesa de intervenciones en la que diferentes personas fueron recordando y agradeciendo los jalones de la vida y obra de este sabio y humilde seguidor de Jesús. Desde Brasil Leonardo Boff, y Jon Sobrino desde El Salvador, deleitaron a los participantes con anécdotas y valoraciones llenas de afecto y admiración, al igual que el resto de panelistas. El auditorio rezumó emoción y reconocimiento al maestro.

Cada día, el grupo Bendita mezcla facilitó los espacios de espiritualidad con inspiración intercultural y sinodal. De igual manera, ofreció la cosecha diaria con gran originalidad a través del canto, la expresión corporal y el teatro. Las risas se entreveraron primorosamente con la poesía y la contemplación de los mártires latinoamericanos.

A la hora final de las concreciones, Geraldina Céspedes (República Dominicana) y Pablo Bonavía (Uruguay) animaron a mirar lejos, como decía Gustavo, y, ante una coyuntura desafiante, tejer juntos con palabras, experiencias, terquedad y memoria, la esperanza. Porque la teología ilumina la posibilidad de crear una realidad mejor en este hoy de Dios.

sábado, 18 de octubre de 2025

LOCOS DE DIOS


De nuevo en este fin del mundo tan querido: lejano, distinto y añorado. Amanece en el país kichwa lentamente, jirones de niebla van desvelando las ondas del río sereno, que apenas acaricia la playa emergente frente a mis ojos. La humedad es frondosa, como la calma; un colibrí suspendido a menos de dos metros rubrica el gozo que siento. Realmente es un fin del mundo de belleza deslumbrante.

Y a la vez es un confín duro, desafiante, dificultoso. Nada más llegar ayer, una víbora se cruzó en nuestro camino: verde, serpenteante, brillante, peligrosa. En mi conciencia los ecos del reciente libro de Javier Cercas, que quiere hablar del Papa Francisco, pero termina hablando de los misioneros, esos dementes, esos perturbados… pero ¿qué hacen en medio de esta selva estos cuatro locos que vengo a visitar?

Viven en una casa como las de la gente, de madera, techo de hoja y emponado. Solo tienen un baño y bromean acerca de quién demora más gestionando necesidades y limpiezas. Traen el agua potable en baldes que deben subir desde un manantial junto a la orilla del Napo. Racionan las baterías de los celulares porque en este pueblo solo hay cuatro horas de luz, en la noche; a duras penas conservan alimentos en un arcón y luchan sin ventiladores para combatir el calor, insoportable especialmente a las 2 de la tarde bajo el techo metálico de la capilla, donde se celebra la tantarina, el encuentro de agentes pastorales kuyllur runakuna, lideresas warmis y apus (jefes) de las comunidades.

También yo estoy ahí, sudando, abanicándome y espantando moscas que sé que provienen de la carne de majás ahumada que están preparando en la maloka que hay al costadito. Como no tienen cuarto de invitados, han separado con cortinas una parte de la sala y colocado una cama, pero la lluvia de la madrugada reveló un agujero en el irapay del tejado justo sobre mi cabeza, de modo que la gotera me despertó y tuve que emigrar. ¿Seré yo asimismo uno de estos lunáticos de Dios? En tal caso, ¿qué hacemos acá?

Durante el encuentro paso horas escuchando hablar en kichwa, tratando de seguir el hilo de las intervenciones gracias a algunas palabras que, al no existir en la lengua, surgen en castellano incrustadas dentro de ese discurso incomprensible, como resquicios o balizas de significado. En esta frontera cultural me cuentan que se trata de estar, contemplar, escuchar, aprender, permanecer, compartir. Eso es todo. No sé si satisface la profundidad indagatoria de la pregunta, pero es la respuesta de estos chiflados acerca de qué diantres pintan acá.

Son para mí días primos hermanos de las vacaciones: tranquilidad, silencio, muchas horas de sueño profundo… Como si Angoteros por sí solo pudiera exorcizar los enredos pastorales y personales, los desencuentros comunitarios, y dejar a años luz laberintos administrativos y socavones financieros que me suelen amedrentar y hasta afligir, sobre todo desde que estoy en tareas de coordinación. Cuando estoy más perdido, nada hay más efectivo como navegar dos días y “salir de la vida”, para hallarme.

Esta tantarina es especialmente deliciosa porque todo lo hacen ellos, y no me refiero a los chalados, sino a los naporunas. Ricson, Florentino, Alipio… líderes de largo recorrido y capacidad contrastada son los que llevan la voz cantante; y voz enteramente en kichwa, incluso la misa. ¿Qué hacemos acá, pues? Solo tengo que estar, dejarme llevar, no empujar, saludar, reír, mirar a los ojos.

Hacer bromas. Sale el tema de que hay kuyllur varones que no dejan participar a las mujeres en los encuentros de la misión porque son celosos; me dedico el resto de los días ya a llamar celosos a todos sin piedad. Quieren que salga en la noche cultural y les cuento una historia: el marido celoso que compró un guacamayo para que vigilase a su mujer. Las carcajadas retumban. Hablo y mi traductor, Rodil, se las ve y se las desea para encontrar las palabras y expresiones, y las risas arrecian. Eso hacemos.

También bailar. Y tomar aswa, por supuesto. Incluso durante la oración, que esta vez han preparado mientras el pate de masato pasa de mano en mano, y por tanto consiste en compartir, unidos a Pachayaya. Todo fluye con naturalidad y facilidad con esta gente desprovista de solemnidad y abundante en humor y sencillez. ¿Qué hacemos en este fin del mundo los locos de Dios, si es que yo soy uno de ellos? Fluir, ser nosotros, ser otros, respirar. Vivir.

Feliz día del DOMUND.